lunes, 7 de junio de 2010

Capítulo 1: Frívola

¿Que de dónde aprendí a usar el cuchillo? Mi mamá me enseñó.
-Corta con la derecha, apoya con la izquierda.
Nada demasiado complicado.



Y yo lo aprendí a usar, sí.



















-CAPÍTULO UNO-
Todo terminó una tarde que estábamos en su casa. Adriano y Ella estaban recién mudados. Era una casa moderna, tipo victoriana, gigante. Los verticales arbustos que amurallaban la casa podrían tener la misma cantidad de hojas que los billetes en su cuenta bancaria. Hasta el mismo color ¡Qué casualidad! Techos tan altos y sólidos como su orgullo, grandes lámparas vertebradas. Todo estaba iluminado en un blanco tan pulido que la pulcritud casi daba asco, amplios ventanales por la que entraba una extrema luminosidad que hacía contraste con los pocos muebles que habían en la sala; Sin embargo estos muebles hacían presencia, silentes… vanguardistas. Pesadísimos. Y tenían que serlo desde luego, para aguantar la carga de esas sonrisas pintadas que sostienen los portarretratos bañados en oro, no espera… Delicadamente pasé mis dedos sobre la superficie del marco. Esto es oro.
…Hm, veamos

Tú…otra vez
¿Y él quién es?, me recuerda a ti. Ah sí…Eres tú
Tú y… Ella.


-¿Te gustan las nuevas fotos que pusimos?-me dice con sus dientecillos blancos, perfectos, su melena negra y sus ojos verdes, casi grises, podría decirse que era alta, toda ella era perfecta. Pero no olvidemos que es parte de la pintura, de una equilibrada composición perfecta. Los artistas pintan todo tipo de belleza, unos creen en ella, otros no. Unos pintan en estado crítico, otros hasta dormidos. Yo no sé si este estuvo tan grave que se durmió al pintar, o simplemente no creo en esto. Pero así tenía que ser, estaba escrito.

- Todas encantadoras -le dije...; Perra.
- ¿No tienes más? –le sonreí de oreja a oreja, ¡tan convincente! me amo, era muy buena actriz.

Sigo sin creer su ingenuidad, es tan fácil ver como estas idiotas muerden el anzuelo tan rápido, aunque debo admitir que el camino libre le quita bastante diversión.
Se dio la vuelta sonriendo bella otra vez, podría hacer comerciales de pasta dental.
–Claro, ven sube, te mostraré los álbumes -me dice-.
‘’Claro, ven sube’’, En mis fantasías esta frase una vez salió de mi boca, y yo era más bonita, o por lo menos lucía más alegre. Era yo la que la guiaba mi hermoso cuarto y le mostraba lo feliz que era de tenerte a mi lado. ¿Dónde estabas tú a todo esto? Seguro pudriéndote en el trabajo para que tu ¿esposa? pudiera modelar por los pasillos de tu casa. Porque nada de esto era suyo, ni siquiera tú.
Ella me muestra lo feliz que se siente de ser esposada (en todos los sentidos) por un Cartier en la muñeca y la Blackberry cargando en la sala. ¿O qué crees que no me di cuenta? Eres una inmensa mentira toda tú… ¿lo sabes?
No. No sabes nada. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?, ¡Vete de mi casa intrusa!, luego entendí por qué recordé esa frase, ¿la habrá usado en mi contra? No sé, a estas alturas ya no interesa. Él me pertenece y siempre fue así. ¿O tampoco sabías eso?

Pasamos por un largo comedor, dos, cuatro, seis, ocho, diez sitios. ¿Quién come ahí?, la casa está tan desierta. No, lo olvidaba, para ese momento había unos vecinos en la recepción de la casa y unos cuantos familiares de ella en el jardín.
De repente veo como de la nada unas cinco personas ocupan los fríos sofás blancos de la recepción, dos mujeres treintañeras cada una con su respectivo marido. Se veían tan felices, me pregunto por qué Ella no se veía así. ¿Ella dije? No recuerdo su nombre. A las vecinas ya las conocía bien, vivían por el vecindario, siempre llamando la atención con su nuevo perro escocés o la nueva colección de Bonsáis de los que verdaderamente era imposible quitar la mirada. Ellas te verían enseguida y lanzarían una sonrisa perfecta de esas que ya me acostumbré, dirían algo así como:
-¡Hola! ¿Cómo has estado? ¡Pasa! Acabo de hornear un pastel de la nueva edición de Paulet. ¿Has visto el libro? ¡El rojo! Sí es nuevo, trae recetas muy prácticas.
Uno por supuesto no podría rechazar una invitación a comer Pastel de la nueva edición de Paulet porque ser descortés no estaba en el guión.
-Claro diría yo, y entraría a sonreír por intervalos exactamente contados, probaría su pastel y me iría luego de una larga charla de caniches teñidos y la próxima visita al club.
La quinta persona era ella.
A Ella yo la conocía desde hace tiempo. Me encargué de que Adriano me detallara cómo era para actuar como ella y quizás, de ese modo ver si le agradaba más. Sólo sé que la mujer de la que él hablaba era perfecta. Cuando la conocí supe al instante que actuaba como tal. Ya luego me ocuparía también de actuar como perfecta. Y he dicho actuar, no ser…No puedes cambiar tu forma de ser, pero si tu manera de actuar, ¿mencioné que era muy buena actriz?

En seguida hace su aparición otro personaje del elenco, Irina Pacheco, la mucama, porque todo esto es un montaje, una pantomima. (Por eso he agregado el término mucama en vez de empleada o señora de servicio) Aparece justo detrás del marco de la cocina y se alisa la falda, saluda cordialmente, tiene un acento extraño, exótico.
-Buenos días, ¿qué van a tomar?
No sonríe, pero tampoco frunce el ceño, era la Mona Lisa en persona, muy blanca, muy mona y muy lisa.
Todos tienen que verse en el escenario como una gran puesta en escena. De hecho unas cuantas luces iluminaron el rostro cansado de Irina Pacheco, mientras servía el té inglés en la durísima mesa. El guión era terriblemente malo y tan predecible. La música tétrica la agregaba mi buen humor y yo… yo era una espectadora más, deleitada ¡enserio! No te voy a negar que ahora lo disfruto…no hay nada más placentero que ver la mierda de vida que te creaste. Por imbécil. ¿Hace cuanto que no te sientas a ver televisión?, ¡Ah, Cierto!
Estás muerto.