martes, 22 de marzo de 2011

Dignidad

Entrada la noche, fría e impasible, solo se oía el llanto lejano, que amortiguado por las puertas desgastadas, daban la sensación de abandono absoluto. Era un recinto pequeño dividido por retazos de tela, colocados de modo que pudiesen separar distintas secciones del apartamento. Un olor nauseabundo se adueñaba del lugar.

María miraba por la única ventana que tenía el apartamento, temía que el sonido de los perros escarbando entre la basura fuese a despertar a la pequeña Daniela. Pero no fue el sonido de los perros lo que despertó a la niña, una caravana blanca se estacionó frente a la puerta de entrada del edificio y chocó contra uno de los botes de basura, el perro empezó a ladrar causando un ruido infernal.

María escudriñó hacia abajo con la vista pero la neblina naranja de las farolas no le dejaba ver nada.

Una persona se bajó de la caravana y entró al edificio. María se volvió e intentó dormir a Daniela.
No pasa nada hija, duerme.

Aporrearon a la puerta tres veces.
María se levantó de la cama y Daniela se sentó en el colchón asustada.

¿Quién es? -Exclamó la mujer.
¡Soy yo, abre! -Respondió una voz joven.

María abrió la puerta, antes de que pudiera decir nada, el chico se le adelantó y entró violentamente al piso, encendió el único foco de luz que había y lanzó una mirada hacia su hermana, que asustada en el colchón lucía reducida.
El chico fue directo al armario que estaba cerca de la cama donde dormía Daniela, abrió con prisa las puertas de este y empezó a hurgar entre la ropa.

Javier, basta ya... -Dijo la mujer desde atrás, sin acercarse.

El muchacho hizo caso omiso de su madre, tenía que encontrarla.
Después de haber lanzado pilas de ropa al suelo y buscar entre cada rincón del armario se dio la vuelta y abrió el baúl que alguna vez le había pertenecido a su padre.

¡JAVIER! -Su madre gritó frenéticamente.
Javier, cubierto en sudor se detuvo y de un golpe cerró la tapa del baúl. Se vuelve y observa a su madre por unos segundos. Lo comprende.
Devuélvemela –le dice el chico. El foco no alcanzaba iluminar las misteriosas ojeras que rodeaban sus ojos.
Javier, escúchame...
¡DEVUÉLVEMELA AHORA! -bramó, pateando el armario con fuerza.
La niña arrancó a llorar, se levantó de la cama y abrazó a su madre por las caderas.
¡Daniela vete a tu habitación! -le ordenó María a su hija.

¿Ahora le llamas habitación? -Una risa adusta se apoderó del muchacho.
La mujer corrió la cortina y se quedó de espaldas al chico.
¿Qué es lo que buscas Javier?
¿Que qué busco? Salgo todas las noches a congelarme el culo para traerles algo de dignidad y es así como...
¿DIGNIDAD? ¿Es esto DIGNIDAD? - La mujer sacó del bolsillo de la falda dos bolsitas blancas y las abrió, sacudiéndolas por toda la habitación con una furia indomable. Propia de mujer castellana.
¿¡Qué mierda has hecho!? -el chico con las pupilas desorbitadas se arrodilló enseguida.
La madre estuvo muy cerca de llorar, pero el gesto de tristeza tras mirarlo unos segundos cambió súbitamente a una expresión de asco.

Dignidad... -dijo ella con desdén.
La mujer levantó el pie y lo apoyó suavemente en la mandíbula del muchacho, aun inclinado sobre el suelo.
¡Suéltame! -Se liberó del pie de la mujer y continuó recogiendo la droga en vano.
No has hecho más que traer desgracia a esta casa Javier, mírate...el vicio te doblega.

Javier se quedó mirando al suelo, como meditando, había más que rabia en sus ojos.

La mujer miró por la ventana hacia abajo.
¿Quiénes son Javier?
¿Qué? ¿Ahora te interesa con quienes salgo y con quienes no? Ah, pero claro, hace unos meses solo te interesaba el capullo de...
¡Para, Javier! ¡Te lo advierto!

El muchacho no siguió, pero con la mirada fulminó a su madre y lentamente se levantó del suelo sin quitarle los ojos de encima.

No fue hasta que Daniela interrumpió detrás de la cortina, cuando el chico se dio la vuelta y de la mochila sacó un paquete de dinero, se lo entregó a su madre sin mirarla.

María, con la niña en brazos, observó desde la ventana cómo salía en la caravana blanca. Nunca lo volvería a ver.

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